Siendo veterinario, me llamaron para examinar a un perro de 10 años llamado Belker. Los dueños del perro, Ron, su mujer Lisa y su hijito Shane, estaban muy encariñados con Belker y esperaban un milagro.
Examiné a Belker y descubrí que se moría de cáncer. Informé a la familia. No podíamos hacer nada para Belker, y ofrecimos llevar a cabo la eutanasia para el viejo perro en su casa. Mientras hacíamos el arreglo, Ron y Lisa me dijeron que pensaban que sería una cosa buena para el pequeño Shane de 4 años que observara el procedimiento. Sentían que Shane aprendería algo de la experiencia.
Al día siguiente, sentí el ya familiar nudo en la garganta mientras la familia de Belker lo rodeaba. Shane pareció tan tranquilo, acariciando el perro viejo por última vez, que yo me preguntaba si de verdad entendía qué era lo que iba a pasar. En minutos, Belker se fue pacíficamente. El niño pequeño pareció aceptar la transición de Belker sin dificultad ni confusión. Nos sentamos juntos un rato después de la muerte de Belker, cuestionando en voz alta el hecho triste de que las vidas de los animales son más cortas de las vidas humanas.
Shane que había estado escuchando en silencio, habló,» Yo sé por qué.» Sorprendidos, nos volteamos hacia él. Lo que entonces salió de su boca me asombró. Nunca había escuchado una explicación más reconfortante. Dijo «Nacen las personas para que puedan vivir una buena vida – como amando siempre a todo mundo y siendo amables, ¿verdad?» Siguió el niño de 4 años, «Bueno, pues los perros ya saben hacer eso, entonces ellos no tienen que quedarse tanto tiempo.»
Autor anónimo
Traducido por Naomi Brickman