Como capellán en un edificio residencial de la universidad, se supone que mantenga todas las reglas de la escuela, que incluyen una prohibición de animales domésticos. Eso cambió cuando un gatito me adoptó.
Los estudiantes de primer año en mi dormitorio guardaron mi secreto. Cubrieron por mí llamando a mi gatito “el libro», puesto que tenía tantos en mi cuarto.
Una mañana salía del dormitorio con el gatito en un portador. Un estudiante me paró y preguntó, “¿A donde lleva usted el libro?”
Expliqué que llevaba al gatito el veterinario. “Ella se va a esterilizar hoy,” le dije.
“Hmmm,” el estudiante respondió, “no más continuaciones.”
Autor Desconocido
Traducido por Nidza Busse